Capitulo I |
En el reloj de la torre dan las cinco. Adrián abre los ojos, un poco sorprendido. Se ha vuelto a quedar dormido. Últimamente se deja llevar por la modorra, que le embarga y se apodera de él, apenas puede concentrarse ya en la lectura. Antes lo achacaba a las horas de duermevela que pasaba leyendo una vez que Paula, su mujer, se iba a dormir. Esas horas eran suyas. Por fin solo. La casa era enteramente suya. Todo el tiempo era para él. Por fin podía estar tranquilo, sin incordios, podía hacer lo que quisiera, sin que nadie le atosigue, critique o mande, exija y le imponga nada. Ahora empieza a sospechar que es por otros motivos. Me he quedado dormido de nuevo. Últimamente no puedo concentrarme en la lectura sin que me entre esta modorra que se va apoderando de mí de una forma dulce, con una paz que me llena y me reconforta. Llevo con la misma página de éste libro tres días y no avanzo. Paula dice que es porque por las noches no duermo, y las noches son para dormir, el día es para otras cosas y ¡hay tanto por hacer!, los paquetes por ejemplo, que tenemos que llevarnos a Santander. ...”, Pero si queda tiempo todavía...¨ –le respondo- y esto ya es motivo de disputa, Y la dejo con sus rezos, con sus razonamientos, con ese orden preciso y estricto, metódico, fruto de su educación y de la rutina de tantos y tantos años. Hay tiempo, quedan semanas enteras hasta que partamos. En las últimas noches no he leído ni una línea, aunque se ha quedado la luz encendida. No paso de esta dichosa página, los ojos se me cierran y la mente parece que se me vaya a otra parte, que me invite a seguirla, y seducido me dejo llevar como flotando en una tibia, pero espesa niebla. Me resulta tan acogedora como el calor agradable del liviano edredón de plumas que me cubre. ¡Que invento! Paula sigue apisonada por sus tres o cuatro clásicas mantas. ¡Uhm!. Me envuelvo casi en el edredón. Pegando los riñones, recogiendo las rodillas sobre mi pecho, como si de un abrazo protector se tratara. Y así me dejo llevar. Pensar, sin angustias, sin impaciencias, sin querer desechar las ideas que me vienen, como hacía en épocas pasadas, cuando de una forma defensiva los colocaba en el rincón más escondido de mi mente, en espera de su olvido definitivo. Pero ahora no. Tengo cada vez más clara la sensación, con profundidad y con coherencia. De que el tiempo vivido, el tiempo perdido nunca va a regresar, por lo tanto no caben las quejas, las añoranzas; no existen las encrucijadas en las decisiones a tomar. Quizá por eso, este presente se llena de intensidades pasadas, pero no con nostalgias ni lamentos, sino simplemente con la aceptación de una vida plena, ya vivida, sin posibilidad de regresar, y de deshacer lo hecho. ¿Por qué se me brinda ésta película? ¿Es quizá porque tengo que reconciliarme conmigo mismo en ésta aceptación? Tengo que poner mucho orden en mí, sin tener que ordenar mi vida. Esos hilos ya los tejí en su día.
Evitando mi primera intención de hacer caso omiso, cierro el libro y acudo presto para que no se impaciente y no aumente su mal humor y su sensación de no ser atendida.
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